Me gusta viajar, pero no soy de esas personas que puede lanzarse de viaje sin tener todo planeado. Me gusta saber a dónde voy a ir, dónde puedo ver qué, y, dentro de mi pésima manera de comer, probar las cosas locales.
Maletas
Desde que era chico, recuerdo que solíamos salir de viaje en familia. Aunque los Robles son prácticamente de San Luis Potosí, la otra parte de la familia siempre estuvo más desperdigada.
Los viajes a Parral, Chihuahua, a visitar a los Baca eran muy divertidos. Realmente no recuerdo mucho del viaje en sí, así que probablemente me quedaba dormido en el coche o no sé en qué nos entreteníamos mi hermana y yo, siempre escuchando música clásica bajo el control de mi padre. Lo que más recuerdo era cuando pasábamos por la ‘zona del silencio’, ese extraño lugar en el que hay extraterrestres y los aparatos electrónicos dejaban de funcionar. ¿Me consta? No. Pero era el highlight del viaje.

Estar en parral era padre. Cuando éramos pequeños, el lidiar con los primos grandes, y después con los sobrinos chicos siempre fue una aventura. La gigantesca casa de mi tía Fabiola y mi tío Memo, las bodas, las salidas al rancho y quedarse a dormir ahí, en el medio de la nada, ir a los pasitos a comprar dulces gringos, y comer burritos de frijol con queso. Desafortunadamente, ya hace mucho que no voy, y el COVID causó estragos en mi familia de parral.
Viajes familiares fueron a varios lados. Algunos con otras partes de la familia, como cuando fuimos a Acapulco con los Silva Robles y la neta, no sé si con alguien más. Pero también fue un viaje divertido, aunque más de hotel.
Otra de mis ciudades favoritas, y que conozco de memoria, y a pie, es Guanajuato. Mi abuela materna, Rosa, vivía ahí, y con ella, y con mis tíos, caminamos por todos lados: cerros, jardines, iglesias, mercados…
Boleto

Mi primer salida solo, pero lo que se dice solo, fue cuando me fui por casi un año a estudiar (más bien, terminar de practicar) inglés. Mi hermana viajó a Canadá, específicamente a Prince Edward Island cuando fue su turno. Cuando me tocó a mí, me tocó irme a Anchorage, Alaska.
Mi madre no fue muy feliz con el lugar, pero como yo contesté el teléfono ese día, y además el que se iba a ir era yo, y sonaba bien harto ‘fuera de lo común y corriente’, decidí que sí. Alaska en esa época era algo raro y exótico, lejos, muy muy lejos de la familia.
Y tengo que admitir que realmente disfruté ese año allá. Los paisajes son maravillosos: Montañas nevadas continuamente, pequeños bosques detrás de todas las casas, y un circo internacional en todos lados, debido a que ese aeropuerto es una parada internacional obligatoria para muchos vuelos.
El invierno fue increíble. El primer día que ‘nevó’ realmente quedé muy decepcionado. Un copo por aquí, uno por allá, y realmente me quedé pensando que a esa velocidad, jamás me iba a tocar la nieve. No fue sino días después que durante la noche cayó una nevada decente. Cuando abrí la ventana después de ignorar los gritos de mi familia adoptiva porque tenía sueño, fui sorprendido con un lugar totalmente distinto: durante la noche había caído poco más de un metro de nieve. Por varios meses no volví a ver tierra firme.
Uno de mis recuerdos más interesantes, fue el ver como en Anchorage, están totalmente acostumbrados a esto. Jamás se suspendieron clases por nevadas. Uno salía de la casa al coche o al camión y todas, pero todas las calles, estaban en perfecto estado para circular. ¿A qué hora hacían eso? No tengo ni idea.
El invierno también me llevó a mi primer acercamiento con un Alce. Tremendo animal que dicen que es harto agresivo y peligroso. El Alce estaba feliz, fuera de mi ventana, comiendo del pino que tenía enfrente. Me ignoró, me le quedé viendo, y ese día sí, nadie salió de la casa. Está penado por la ley allá buscarle broncas a un animalote de esos.
11 meses aprendiendo a hablar correctamente el inglés, aprender más palabras, enamorarme de mis clases de High School (con excepción de ‘U.S. Government’) fueron una de las experiencias más increíbles que he tenido en mi vida. Algo que les tengo que agradecer a los Spence por ‘adoptarme’ por 11 meses, y a mis padres, que creo que nunca se los dije de frente, pero eso es algo que me cambió la vida (no sé si para bien o mal, pero me la cambió)
Elevación.

Como mencioné, mi hermana se fue a Canadá, en Prince Edward Island. Cuando fuimos a recogerla, visitamos toda la isla. Cinco estrellas, recomendada. Los paisajes verdes, la tierra roja, y el exceso de langostas gracias a los McKinnon fueron cosas que jamás pensé ver. Es una isla pequeña, perdida, que es su propia provincia, y tiene mucho que dar a los turistas.
De ahí nos pasamos a Quebec, Toronto, Niagara Falls y algunas otras ciudades de ahí, antes de regresar a México.
Cuando tocó mi viaje a Alaska, el regreso tuvo una parada obligatoria en San Francisco. Mucho frío, edificios altos, harto aire, un pueblito pintoresco del otro lado de la bahía, un puente increíble color naranja: el Golden Gate. No pudimos ir a Alcatraz, pero sí recuerdo la necedad de alguien de la familia que no era mi hermana ni mi padre, que nos llevó obligados al barrio chino a comer en un restaurante chino de verdad. Solo recuerdo que yo estaba de malas porque no me gustaba la comida china en esa época.
Volando
Otro de mis viajes largos, lo hice con mi hermana.
Ella ya había viajado a Europa con una amiga, y quería repetirlo. La amiga se rajó repentinamente y mi hermana, decidió que se iba sola… cosa que a mis padres no les pareció, así que la mandaron con chambelán.
Al principio yo no quería ir, porque los lugares que estaban en el itinerario no me parecían. Básicamente, era solo España, y para aprender español, mejor en casa (además de que el castellano me purga). Cambios posteriores terminaron llevándonos a Londres, París y Barcelona.
Londres es una maravilla. Es una ciudad a la que desde hacía mucho le tenía ganas. Y no puedo encontrar ningún pero a esa parte del viaje, salvo la caminada. Visité por fin el British Museum (el cual fue una fuente de inspiración para mis libros), y descubrí el Design Museum (especial pa’ diseñadores), paseamos por harto lado, nos quedamos en un hotel repleto de, al parecer, chavos de toda Europa trabajando en verano, todas y todos guapísimos. London Tower, Westminster Abbey, The Palace of Westminster.

Luego en Eurostar a París. La parte culturosa.
No soy fan de la Ciudad de las Luces. Que todo esté tan bonito y estético me da cosa. No voy a decir que no disfruté el viaje, pero realmente puedo no volver jamás y no tengo problemas. Obviamente, visité el Musée du Louvre y Galerie D’Orsay. Musée du Louvre fue algo interesante, vimos muchas cosas en camino a ver, obviamente, la pinturita esa chiquita, petit, de la morra de la sonrisa misteriosa. No voy a decir que la pintura es mala o fea, es una obra de arte, obviamente, pero la televisión y el cine siempre nos ha querido convencer de que es muy grande… y no.
Galerie D’Orsay fue interesante, los pasteles de Monet son preciosos, y la perdida que nos dimos, y la incredulidad de mi hermana de que por alguna razón entiendo el francés y era la mejor opción para salir del edificio fue uno de los puntos interesantes.
Puedo decir que compré ropa (que aún tengo) en Champs-Élysées.
De ahí a Barcelona, en donde tuve, por fin, la oportunidad de visitar los edificios de mi arquitecto favorito, Antoni Gaudí. Templo Expiatorio de la Sagrada Familia, Casa Batlló, Park Güell, etc. Más interesante, descubrir que el amigo que ella quería visitar en la ciudad, estaba casado con una amiga mía de la preparatoria… y las patatas bravas.
Back Again
El regreso fue de volada, nos saltamos parís y nos quedamos un par de noches más en Londres, en donde me dio la necedad de tomar un taxi al aeropuerto al otro día, ya que mis pies ya no querían seguir caminando. Esto resultó ser bueno, porque durante la última noche, hubo una amenaza de bomba en el Underground y al otro día no hubiera habido modo de ir a Heathrow.
El viaje fue normal hasta Chicago. Ahí, por unas 20 libras, subí nuestros boletos de pueblerinos a primera clase para llegar a México, luego a San Luis… y después esperar a que pasaran por nosotros, negando harto ride, hasta que descubrimos que a mis padres se les olvidó que sus retoños llegaban ese día.
A Descansar
Ese fue mi último viaje grande. Conozco México, pero no como debería o me gustaría. Trabajar en Gobierno del Estado me ha dado la oportunidad de conocer muchos municipios de Michoacán a los que seguramente nunca iría, y realmente disfruto esos viajes aunque sean de trabajo. No soy fan de irme a perder solo por el estado, no por el miedo, sino ya que creo que los viajes son mejor acompañados.
Lugares a donde me gustaría regresar: Parral Chihuahua. Hace tanto que no voy que quiero ver si recuerdo lugares. Estaba planeando un viaje a Guanajuato, pero ya no. O sea, sí, pero tengo que verlo de otra manera, después, y bajo mis condiciones, no de tour ni chofer. Y Ciudad de México, ciudad que debería de conocer más, pero mucho más, y no lo he logrado.
Me gusta viajar, y aún estoy guardando mi último viaje para el final. Si no terminamos con el planeta antes o termino en Hades, quiero terminar perdido, en una casa de piedra, perdida en los Highlands de Escocia.

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