La ciudad de Guanajuato, una de las ciudades más visitadas durante mi infancia, cuenta con muchos rincones que uno habitualmente no conoce.
Aquí mi historia con la ciudad: fotos, un ejercicio, una venganza, y una visita que se debía, según mis cálculos, hacía más de 15 años.
La ciudad
Mi madre, junto con su familia, se mudó a vivir a Guanajuato debido al trabajo de mi abuelo, que era minero. No tengo mucho que decir de él, porque murió antes de que yo naciera. Mi abuela, era una de las personas más activas que conozco, y, fue gracias a ella, que conocí esta ciudad.

Mis padres tenían a bien visitarla muy seguido, además de que en verano solían aventarnos algunas semanas con ella. Y obviamente, doña Rosa no nos iba a dejar flojear todo el día, así que nos traía a pie por toda la ciudad haciendo el mandado, llevándonos al mercado, a visitar a la amiga, etc.


Con ella conocí los callejones más empinados, los lugares más lejanos, colonias y barrios. Con ella no había pretexto el que no hubiera coche. Todo se caminaba.
El Centro
Además, toda la familia de Guanajuato está y estuvo relacionada con las artes. Es por ello que conozco todo el centro, por dentro y por fuera, con acceso que, en su época, era privilegiado, y que, ahora, ya es muy difícil o imposible tener.

De esa manera, puedo decir que conocí el Teatro Juárez, por dentro, por fuera, tras bambalinas y trepado en la tramoya. Casas que en la actualidad son comercios, fueron para mi familia, y por ende, para mí, puertas abiertas y recovecos a descubrir junto con mi hermana.

Templos, iglesias y centros de culto, visitados en compañía de mi abuela múltiples veces. Mercados, pequeños y grandes, o temporales de fin de semana, con vendedores y artistas locales también.
Comida
En este viaje, tenía un objetivo claro, pero bien claro: Desayunar un coctel de camarones en el mercado en la mañana. No recuerdo la cantidad de veces que bajamos con mis tíos prácticamente a esto.


El mercado ha cambiado. Ya no hay tanta cosa interesante como antes, en los que podías encontrar cantidad de frutas y verduras, sin tomar en cuenta que lo están arreglando y es difícil caminar dentro.

Además, era obligatorio, el domingo, desayunar en el jardín Unión, y disfrutar de la música en vivo de la orquesta en el quiosco. Así mismo de ver pasar a todos los turistas que visitan la ciudad.

Las Noches
Guanajuato era muy bonito de noche. Poca gente, alguna que otra fiesta bohemia, y la siempre presente estudiantina. Con mis tíos y padres solíamos caminar hasta altas horas de la madrugada, y surfear en el piso de los camiones que circulaban libremente por el centro.

Ahora, la calle principal es peatonal, lo cual no es nada malo, pero se acabó el surfing. La otra es que ahora los sonideros tienen invadido el primer cuadro. Digo, como a medio kilómetro de distancia lineal, me sentía en plena fiesta.
El Paseo
Uno de mis retos era pasear por la mayor parte de los lugares reconocibles. Así que, inmediatamente, al llegar y desayunar frente a la Presa de la Olla, caminé por sus jardines, el quiosco, la presa y esa torre extraña que nunca he sabido cuál es su función.






Después, dudando un poco, fui a la otra presa (porque hay dos, una a media cuadra de la otra, ni idea), pero fui a ver si mi recuerdo del cocodrilo y la serpiente aún existían, y sorpresa, aún están ahí. Es más, hasta al cocodrilo le repararon el hocico.

Luego a dar vueltas por la panorámica, pasando por el caos de tráfico que es El Pípila, el Museo de las Leyendas, y todas las vistas posibles de la ciudad desde la que en su época podríamos decir que era el periférico, pero ahora es una calle más.
El Reto y el Ejercicio
Fácil: no usar ninguna cámara fotográfica “de verdad” y utilizar exclusivamente el iPhone. Todas las fotos fueron tomadas de distinta manera con este dispositivo. Este mismo fue el ejercicio: utilizar la cámara más sub utilizada que tengo para ver qué se podía hacer, además de editarlas exclusivamente en la app. No estoy tan convencido del resultado, pero pues ese programa si no se los vengo manejando.
La Visita
Desafortunadamente, cuando murió mi tía Diana, no pude ir a ver a la familia que quedó. La última vez que había ido fue durante un Festival Cervantino en el cual me pasó de todo, y en un viaje de la escuela de menos de 4 horas.
Esta vez, había que ir a visitar a Tere y a Connie. Con ellas pasé 4 días muy divertidos e interesantes. Asistí a fiestas a las que normalmente no asistiría. Una despedida de una americana muy agradable en una casa preciosa, y un festejo de 65 años de unos cuates que, según esto, conocía, pero no recordé nunca. La mitad de los asistentes sí me conocían a mí.
La Venganza
No creo que aplique, pero…

Salida
Prometí volver el año que entra. Me queda cerca y realmente no hay pretexto para no hacerlo, en especial porque hay dónde quedarse. Además, con todo y todo, tengo que ver si las propuestas de la nueva gobernadora funcionan y callan a los sonideros del jardín.




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